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Puebleando Las Zarquillas, Tierra de mujeres de ojos claros, azul, verde,…

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Las Zarquillas, mpio. de Villamar, Mich.--  El origen del nombre de Las Zarquillas es objeto de controversias. Algunos afirman que se deriva del diminutivo de Zarcas que significa mujeres con ojos de color claro: azul, verde o café claro. Otros aseguran que el nombre proviene del diminutivo de Arcas, que significa lugar en que se guardan los tesoros o los productos de las cosechas. Tal parece que esta última versión es la adecuada ya que,  al buscar en un mapa de hace cien años que se encuentra en el Museo de la Revolución ubicado en la ciudad de Jiquilpan, se refiere al poblado como Arquillas; por lo que el nombre actual es más bien una deformación del original.

Tuve la fortuna de conocer a una mujer, pilar de su familia, en Chavinda, originaria de esta comunidad villamarense. Como todas las mujeres, guapa, en su ajado rostro sobresalía un par de lucecitas verde-azuladas que el tiempo y los malos tratos no habían logrado apagar, tal vez como muestra de que la primera acepción tiene razón de ser tomada en cuenta. Pero me indicó que existe una versión  más acerca del origen del nombre de  Las Zarquillas: a unos doscientos metros del poblado se encuentra un lugar llamado "El Zarquillal". Se le conoce así porque hay gran cantidad de las llamadas "piedras de Zarquilla"–lajas--,  y pudo haber sido que la población tomara el nombre de este tipo de piedra. Y la dama, que ya pasó a mejor vida, lo decía con orgullo y suficiencia.

Aquella visita

Mientras recorro la distancia que separa a esta comunidad de la carretera federal número 15, sobre un camino asfaltado recientemente –si tomamos en cuenta que hace 2 ó 3 lustros era una simple brecha--, el aspecto que muestran los predios que fueron parte de la hacienda de Guaracha, imagino la visita que un grupo de solicitantes de tierra, de esta ranchería, hizo, en febrero de 1931, el día 26, para ser exacto, al entonces presidente del Partido nacional Revolucionario (PNR), padre del actual PRI, el general don Lázaro Cárdenas del Río, que SE encontraba en Jiquilpan, para denunciar que habían sido víctimas de un par de capataces, seguramente por órdenes de los Moreno, propietarios del latifundio.

Los desalmados mayorales habían destrozado las humildes viviendas de los –posiblemente peones--  labriegos, sacado las pocas pertenencias con que contaban los peticionarios, antes de echarlas fuera de los terrenos de los hacendados.  El motivo: los terratenientes estaban molestos por la solicitud que, días antes, habían presentado ante las autoridades correspondientes para la creación de un nuevo núcleo ejidal.

Las quejas de los zarquillenses, escuchadas también por el gobernador interino del Estado, Gabino Vázquez, que acompañaba al militar, como verdaderas que eran, calaron hondo en el hombre de Jiquilpan. Antes de cumplirse una semana, los capataces fueron despedidos por sus patrones. Pero no fue todo; el Ejército desarmó a los miembros de las guardias blancas de la hacienda. Y ésta, tuvo que resarcir los daños causados a las pertenecías y personas de los quejosos. De todo, según se sabe, don Lázaro dio cuentas al jefe del Ejecutivo. La intervención del divisionario fue tan importante y beneficiosa para los habitantes de la comunidad que, el 21 de septiembre del mismo año, 7 meses después de la visita a Jiquilpan, obtuvieron la dotación solicitada.

Sirvió la ocasión

Por otra parte, la ocasión sirvió al futuro Presidente de la República para cobrarse más de una cuenta con los dueños de la famosa hacienda, propiedad entonces de don Manuel F. Moreno. Guaracha, como tal, como centro, como cabeza de la hacienda, se extendía, aún, sobre una superficie superior a las 30 mil hectáreas. Como centro poblacional, empero, apenas alcanzaba la categoría de ranchería. Luego del trance, fue elevada al rango de tenencia, perteneciente al municipio de Villamar. Esto ocurrió el 25 de octubre de 1929. Además, el acto fue la señal de arranque que hizo posible el surgimiento de un movimiento agrarista dentro del mismo cuerpo del latifundio, y fue encabezado por Pablo Canela. Canela fue un líder que duró poco, fue asesinado. Su muerte, sin embargo, no detuvo la marcha comenzada en pos de otro ejido.

Las Zarquillas es una comunidad agraria cuya primera repartición del ejido fue en 1933. Cabe hacer notar que en el Diario Oficial de la Federación la dotación de tierras apareció el 18 de diciembre de 1935, misma fecha en que fueron dadas a conocer similares noticias acerca de los ejidos de El Cerrito Colorado, El Capadero y El Granado. Todos pertenecientes al municipio de Villamar. Aquí se recuerdan los nombres de quienes encabezaron el movimiento, entre los que destacaron: Mario Ochoa, Francisco, Adolfo y Santiago Ruiz e Isidoro Hernández. Fue hasta 1940 cuando se dio la última depuración del reparto agrario. Pero esto ocurrió hace más de 8 décadas.

Las arengas, cosas del pasado

Porque en estos días aquellas arengas y frases que dieron cuerpo y alma a la repartición de la tierra, tras la reforma agraria, que empujaron a la peonería de  “Tierra, Trabajo y Patria”, “Tierra, Justicia y Educación”, “Tierra, Trabajo y Justicia” y “Tierra, Justicia y Libertad”, son cosas del pasado. Las parcelas poco producen. La Revolución Agrarista parece tocada de muerte, tras las reformas emprendidas durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, cuando menos en esta región del Estado. Región de la que se decía, luego de la construcción del Bordo de Cuesta –cuando los  habitantes originales del vecino San Pedro Caro lucharon con denuedo por recuperar sus propiedades cienegosas--,  ser poseedora de tierras “todas ellas, tan buenas para la agricultura como para la ganadería”, a pesar de encontrarse más arriba de las de lo que hoy ocupa la Ciénega de Chapala. Lo que las libraba de las constantes inundaciones que provocaban las aguas del Lago, sin importar la cantidad de agua que dejasen caer las nubes, durante las épocas de lluvias. Además, para cuando los años eran secos y el  líquido escaseaba, esta planicie contaba con las reservas acuáticas que le proporcionaban las presas de El Cerrito Colorado, El Capadero y la presa de Las Zarquillas. Hoy, las 2 primeras han desaparecido, azolvadas, tras el descuido y ociosidad de los ejidatarios. La otra, seca, luego de un par de ciclos en los que poca ha sido el gua vertida por las nubes.

Ejido, jodido

“El campo, las tierras del ejido, está jodido, seco  –afirma el ingeniero Juan Manuel Garibay Hernández, con un dejo de tristeza--. Faltaron las lluvias, no hay agua ni en la presa. Esta está seca, desde noviembre del año pasado se secó”. Y recuerda que hace años, cuando el vaso estaba limpio, sin azolvarse, con el agua que almacenaba se podían regar algunas tierras, sobre todo tras la rehabilitación de que fue objeto durante el plan Benito Juárez.

Sin embargo, ahora que está vacía la presa, como estaba cubierta por el lirio acuático, campesinos y autoridades creyeron conveniente “pasarle una rastra para ver si acababa el lirio. Creo que lo que se debe hacer es desazolvarla, sacarle trierra. Pero quién sabe cuándo será” eso –cuenta el profesional del campo.

Cuando hablan de agua, algunos de los más longevos habitantes recuerdan que hace años, cuando la centuria pasada tocaba la mitad de la quinta década, los vecinos de esta comunidad fueron invitados por los habitantes de la vecina población, El Cerrito Colorado, a que unieran sus esfuerzos para traer el agua, desde el ojo de agua de Síndio, situada más allá de los montes que circundan por el sur a este valle, pero en el mismo municipio de Villamar, para ambas poblaciones. Así era el plan original.

¡Tengan, su agua!

“Yo estaba chico, y me acuerdo de las chingas que me daban, porque también a mí me tocaba –dice don    --.  Yo le llevaba el lonche (la comida) a mi padre y, cuando estaba allí, tenía que sacar piedras de las que aflojaba mi padre, para terminar las tareas que le asignaban. Todo era a pico y pala. Era tarea tras tarea. Hasta que llegaron a El Cerrito.

“Entonces, con el agua allí, dijo El Cerrito ‘“tengan –y  mete el dedo pulgar entre el medio y el índice, antes de empujar el brazo hacia adelante--. Si quieren agua tienen que venir por ella hasta acá. Y si quieren, ¡Búsquenle!  Así fue la cosa –afirma  hijo del finado Ignacio Maciel--. Fui muchas veces al agua, en burro, a El Cerrito. ¡Salían unos borbollones de agua, que ni le digo! Eso sí, nunca nos impidieron que llenáramos los recipientes en que la traíamos. Pero les llegaba un friego de agua’”.

El servicio de agua potable es posible gracias a la producción de un pozo profundo que se encuentra cerca de la entrada a la comunidad, cerca de las bodegas Conasupo. El líquido es bombeado a un depósito, situado en la parte alta de la loma donde se encuentra la comunidad y luego es repartida, tandeada, a los distintos puntos del rancho. Además, en las cercanías del caserío existe un par de ojos de agua, que son explotados.

A pesar de tratarse de un lugar pequeño, de esta comunidad  han salido personajes que le han dado renombre. Entre estos, destacan  los hermanos Garibay; José María  y el recientemente  desaparecido Delfino Garibay Ochoa, políticos que lograron puestos de renombre y grandes responsabilidades en los planos local y federal. Para los vecinos del lugar, el contar con un editor de un diario, Jaime Ochoa Ceja, es motivo de orgullo especial. Como lo es también el historial, firmado por el  agrónomo entrevistado, y quien dejó honda huella entre los campesinos de la región, sobre todo en Chavinda.

De fiestas y celebraciones

Los vecinos de esta comunidad suelen, por tradición, realizar sus compras en la ciudad de Sahuayo y Zamora principalmente. De un tiempo para acá, Santiago Tangamandapio se ha convertido en un buen punto para la adquisición de mercancías, frutas y verduras.

Devotos de la Virgen del Refugio, la fiesta patronal la celebran el 4 de Julio, de cada año. Además, los católicos del lugar no se olvidan de La Guadalupana y, para tomar distancia de otros lugares con mayor presencia e importancia en cuanto al número de habitantes, los zarquillenses la recuerdan el 8 del último mes del año. Entonces, muchos de los norteños suelen visitar el pobladito.

La gente del lugar, además de dedicarse a la siembra de granos, maíz y sorgo principalmente, aunque también cultivan el frijol y el garbanzo, encuentra en la ganadería –vacunos sobre todo--  un apoyo para su economía. Hasta hace no muchos años, la porcicultura también era fuente de riqueza. Ahora, sólo se observan los restos de las porquerizas. No falta, como tiene que ser, quien guste la crianza de caprinos, materia principal en la preparación de la birria. Sin embargo, es en el extranjero, sobre todo en Oregon, en Estados Unidos, donde los hijos de esta tierra encuentran su modo de vida. Más del 50 por ciento de los aquí nacidos radican en la Unión Americana, según relatan los nativos del poblado. La razón principal por la que el poblado luce desierto.

Y es que aquí se prepara una birria exquisita “al horno” –la cocinan en hornos hechos bajo la tierra, “de tabique”--, “tatemada, al horno”, para las celebraciones y fechas especiales. También son típicos de esta comunidad los tamales, el mole y la sopa de arroz, además de que las pastas a la italiana han encontrado buena aceptación entre los habitantes del lugar. Las “mujeres nos las ingeniamos y completamos el platillo. Porque a nosotras, todo nos salen bien”. Además, aquí se pueden disfrutar tacos, chicharrones, pozole, uchepos, buñuelos, calabaza y camotes con dulce, capirotada. Por eso, invitamos a todo mundo, “a que conozcan nuestro pueblo. Sabrán de nuestra forma de vida y nuestras costumbres”,  indica la esposa del ingeniero agrónomo Garibay Hernández,  quien sonríe satisfecho.

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