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Puebleando Con el Sol en mis Barrios

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Barrios de Arriba y de Abajo-Y es que ¡Tangamandapio sí existe!

Santiago Tangamandapio, Mich.--  ¡Tangamandapio sí existe!

Esto lo afirmamos los aquí nacidos cuando fuera del terruño –andariegos como somos--. Nuestros interlocutores arquean las cejas y preguntan, maliciosos, si de veras existe Tangamandapio. Hoy, menos mal que se cuenta con la credencial de elector –aunque se utilice mayoritariamente para la realización de muchos trámites legales, más que para acudir a las urnas, cansada como está la población de prestarse a una obra que no acaba de terminar. Las elecciones del pasado 7 de los corrientes avalan lo antes dicho--. Con ella nos identificamos y convencemos a los incrédulos.

La palabra Tangamandapio es de origen chichimeca y significa “tronco podrido que se mantiene en pie”. Tras la llegada de los españoles, ahora resulta claro que Atengomandapeo, fue considerado y catalogado como Pueblo de Indios. Así lo revela el acta Real, firmada por su majestad Carlos V, entonces monarca hispano, el 19 de noviembre de 1529. Y cuyo original es propiedad de los miembros de la familia Jacobo. Herederos que se enorgullecen, con mucha razón, de la custodia del citado documento.

Barrio de Arriba

Al Barrio de Arriba, al mismo que lo vio nacer, Vivaldo, como los vecinos le dicen, monseñor le canta con amoroso sentimiento:

Con la magia de doce campanas / y prendido del gran meridiano / se presenta mi barrio de Arriba / abrazado por todos los barrios, / a la danza del sol en los mangos. / Este barrio nació a mediodía / de la entraña de dos ojos de agua; / y por eso su risa es eterna, / sus leyendas alegres y amargas.

Curiosamente, en este pueblo, el Barrio de Arriba, se encontraba al sur de la mancha urbana.  Hoy, ante el crecimiento de ésta, esta fracción del pueblo, que nació de la “entraña de dos ojos de agua”, esa que “sabe del sabino  que le diera nombre al pueblo”, se encuentra ya no solamente abrazado –como canta monseñor Vivaldo Oregel Cuevas--, sino aprisionado por los demás barrios de la población. Espacio para su extensión, poco queda. Sin embargo, con todo en contra, es, como siempre ha sido, el corazón de la cabecera del municipio.

En este barrio se asentaron seguramente, tanto los xanuchas, los tecos que lo fundaron, como los primeros españoles y, con el mestizaje, los primeros mestizos. Aquí se abrieron los primeros y únicos mesones que han existido en el pueblo. En este barrio, el más comercial, se llegaron a contar hasta media docena de panaderías. Todavía hoy, al filo del medio día, se puede oler ese agradable aroma del pan en el horno, durante la cocción.

Además del par de manantiales existentes –que hoy en día no son las únicas fuentes de abastecimiento de agua potable de la localidad--, en el Barrio de Arriba se acunó, entre otras, la industria textil que alguna vez fue fuente de empleo a un buen número de vecinos. Con la llegada de los hermanos Navarro Ochoa, Jorge y Samuel, también llegaron oportunidades para muchos tangamandapenses desempleados. Poco más tarde, a ellos se sumaría su hermano Miguel y las cosas mejoraron visiblemente. Esto ocurrió allá por los primeros calendarios de la década de los años sesenta.

Barrio de Abajo

Así  veía, y seguramente lo ve, al Barrio de Abajo, monseñor Vivaldo Oregel Cuevas. Así lo describe en su poético canto, Con el Sol en mis Barrios:

“Todas tus callis güelin a fruta / y de cogollus todas se llenan / porque la genti qui hay en el barriu / lleva en sus ojos la primavera. / Barrio de floris y carrizalis, / barriu de huertas y canasterus, / tem mi afiguras comu rebozu / con alcatraces y limas llenu”.

Si se ingresa a la población, desde la carretera federal número 15, por la calle principal, el Barrio de Abajo es el sitio con el que el viajero hace el primer contacto. Por allí, por la calle Madero –que desde la plaza principal, hacia la sierra, se llamaba Calle Real--, lo primero que se observa, desde hace un año, es la bronceada estatua que el actual ayuntamiento, en un gesto que lo ennoblece, erigió en memoria de Raúl Padilla, Jaimito el Cartero. Cientos de personas, semanalmente, detienen sus andaduras para apreciar, tocar y tomarse  la fotografía ante el monumento.

El barrio de Abajo disputa, en este tiempo, al Barrio de Arriba, la primacía en cuanto a potencial económico. Ambos cuentan con todos los servicios que la población requiere para su pleno desarrollo. Casi el 100 por ciento de sus calles, están pavimentadas. Y cada mañana, los vecinos suelen barrerlas. En ambos lados, quedan construcciones de adobe y tejados de dos aguas, aunque también se pueden observar las construcciones de cemento y fierro armado. En esto, un papel importantísimo lo jugó la población. Las primeras pavimentaciones se llevaron a cabo durante la segunda administración de don José González Padilla (1969-1971)  –un zamorano avecindado en el pueblo, que supo ganarse el aprecio y respeto de todos los santiagueños--. Los propietarios de los inmuebles costearon la totalidad de la obra –no había participaciones ni apoyos de ninguno de los 3 niveles de gobierno--: la calle principal, la de la entrada. Fue la primera calle recubierta en el municipio.

Y la costumbre de recubrir las demás rúas, no paró, siempre bajo las reglas antes señaladas: todo a costillas de los vecinos. Pero eso sí, la mayoría de los expresidentes, se pavoneaban –y aún se cuelgan las medallas--, de haber encabezado esos trabajos. Los gobiernos estatales, federal y municipales, comenzaron a gastar dineros, bien entrado el sexenio de Salinas de Gortari.

Otro primer sitio que se ha llevado el Barrio de Abajo, es el haber sido el lugar en donde se construyó la primera escuela pública del lugar. La Justo Sierra. Edificada sobre una de las parcelas en las que fue dividida la hacienda de Jerusalén. Sitio en el que ahora se levanta y presta sus servicios la casa de la Cultura. También el primer centro, de su tipo, en la mancha urbana.

Chávez y La Cristiada

Se sabe que, a lo largo del Porfiriato, el pueblo estuvo en manos de una clase pudiente y poderosa formada por las familias: García, Ochoa y González. Aunque también influían algunos ricos de Zamora, Jacona y Chavinda: los Del Río, los Igartúa, Los Plancarte, los Jasso, los Méndez y los Cacho. Se dice que entre todos, poseían 22 grandes ranchos. Razones por las que controlaban y manejaban los asuntos económicos y políticos de la localidad. Sin olvidar que los dueños de las haciendas de San Juan Palmira, Guaracha y La Verduzqueña, también metían sus manos en las cuestiones del ayuntamiento y sus moradores.

Durante la etapa armada de Doña Revolufia, los santiagueños no tomaron parte ni bando. Sin embargo, no salieron incólumes del trance vivido en el país. En diciembre de 1917, se apareció el demonio, por estas calles de Dios: cayó Inés Chávez García, a recoger lo que creía de su propiedad. Los relatos que contaban los viejos, escalofriaban la piel. “Allí mataron a una hermana de Chole la del Petróleo (Soledad González, una mujer que, desde que recuerdo siempre vivió sola y soltera, pero a la que nuca se borraba la sonrisa). “Esa casa del portal, frente a la plaza, fue el cuartel del bandido.”  –y señalaban el sitio en el que quedó el cuerpo de la señorita González, o la amplia casona que da a la plaza principal.

No olvidaban que, además de honras, Chávez García cargó con toda la semilla –maíz y garbanzo--  que encontró. Esto provocó que la gente sufriera por la escasez de comida. Como tampoco dejaban de recordar que la mayoría de gente del lugar, una década más tarde, había apoyado a los cristeros. Lugareños como Eulalio Torres, Antonio Quintero  y Antonio Campos, bajo el liderazgo de Ramón Aguilar, lideraron miembros de las familias Barajas, Vega, Sandoval, Salcido y Torres, por citar algunos apellidos –todos de rancia raigambre católica--, durante esa revuelta. El pueblo, casi todo, era considerado como una cueva cristera. No fueron pocas las ocasiones en que corrieron rumores que hablaban de que el Ejército lo quemaría. Y la gente corría. Los que tenían familiares, se refugiaron en Jacona, Zamora y Tarecuato. Los más ricos, no regresaron. Los jodidos lo tuvieron que hacer.

La migración, por Arizona

La apertura de las fuentes de empleo en las fábricas de textiles,  no fue suficiente. Por ese tiempo, todo el que contaba con una green card, con papeles de residencia, había concretado el sueño de su vida. Un futuro amplio, esplendoroso se abría para él y los suyos. Esto provocó una nueva etapa migratoria, distinta totalmente, a la que se dio antes y durante La Cristiada. Esa vez, la mayoría de quienes optaron por la aventura norteña lo hizo de “alambre”, a través del desierto de Arizona, principalmente; aunque no faltaron los que se atravesaron por las cercanías de Tijuana y Mexicali. Las playas del Pacífico y lo que se conoce como la Mesa de Otay, eran puntos muy favorecidos por los polleros  y enganchadores, por la módica suma de 200 ó 250 dólares, por “pollo”.

Una década después, en un solo lugar de Arizona, llamado Queen Creek, cerca de Phoenix, en lo que se conocía como rancho California, había unos 200 ó más santiagueños, 98, 99 por ciento “alambres”, sin papeles. Era, en muchas ocasiones, la primera de varias escalas para llegar a California. Y lo hacían con su propio esfuerzo. Cruzaban por Naco y Agua Prieta, desde Sonora. Caminaban durante días por el inhóspito desierto. Cruzaban por una reserva de indios –en la que llegaron a vivir algunos de los aquí nacidos--, antes de alcanzar la primera meta. No pagaban más que sus provisiones. Ellos eran sus propios polleros.

En Queen Creek, bajo los quemantes rayos del sol, rodeados de la desértica soledad y de los reptiles –había tantos que afirmaban que anunciarían el rancho con los cascabeles que habían recogido tras haber dado muerte a las víboras--, mis paisanos se ganaban la vida en la poda, desahije y cosecha de durazneros y chabacanos. Muchos, empero, eran los que, enganchados por sinvergüenzas polleros –eran pocos, casi inexistentes los riesgos que corrían--, con un buen dinero en la bolsa, terminada la “corrida”, continuaban sus viajes. Unos eran llevados a las plantaciones de Idaho; otros eran desviados a Colorado, unos pocos se quedaba en Utah. El destino final: California. De preferencia el valle de San Joaquín. Se trataba de jóvenes, que abandonaban las aulas de las secundarias y preparatorias de Jacona y Zamora,  deseosos de recorrer los caminos que los braceros –en buena parte sus propios padres--, les habían descrito.

Faltaba la más terrible tarascada migratoria. Esa con que nos anestesió el gobierno encabezado por Ronald Reagan.

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