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La Esperanza, Mpio. de Chavinda, Mich.— La comunidad de La Esperanza, situada al norte del territorio municipal, es la más grande y con mayor población con que cuenta el municipio de Chavinda. Es, tal vez, la que cuenta con las mejores y más productivas tierras del poniente del Valle de Zamora, según cuentan algunos de los ejidatarios del lugar.
Cuando uno pregunta a don Pablo Chavaría cómo era la vida de los campesinos allá por los años 30´s del pasado siglo, no duda: “Era una vida arrastrada, porque la gente era muy trabajadora, mal comida y mal vestida”.
¿Cómo le vamos a pagar..?
Próximo a cumplir los 95 años de vida –asegura que nació el 18 de octubre de 1918, en esta comunidad--, don Pablo recuerda que el patrón, el dueño de los terrenos donde hoy se asienta el ejido de La Esperanza, era don Ignacio Castellanos, originario de La Paz, Jalisco. Como dueño era, también, de los potreros en donde se ubican las parcelas del ejido de El Tepehuaje, “nada más que eso se lo pasó a un primo hermano de él, al que conocíamos como don Chemita”.
Asegura que cuando comenzó el movimiento agrario “como nosotros no queríamos, ellos, los de El Tepehuaje, se metieron pa´cá, un pedazo”. “Y cuando vino don Ignacio, mandó hacer una asamblea aquí. Porque la gente decía: ¿cómo le vamos a pagar al patrón con eso? ¡No, no! Y venían a rogarnos, los de El Tepehuaje: ¡Apúntense, apúntense! Y aquí decíamos: ¡No, no! El movimiento agrarista comenzó en todos lados, nada más que nosotros no queríamos”. Afirma que en esta comunidad los curas nada tuvieron que ver en el asunto, nunca les dijeron nada. “Nosotros éramos los que decíamos: ¿cómo le vas a pagar al patrón con eso, con quitarle su tierra, hombre?”.
Los de 15 años, también
Recuerda que aquí “hubo un grupo de 20 personas que solicitaron tierras, pero luego de que el patrón no recibía nada, durante un año o dos, de un potrero que le quitaron”. Entonces se hizo presente el patrón y “jalló todo invadido, le dijo al primer comisariado que hubo, el señor José Zambrano, que reuniera a la gente. Sí fuimos. Yo tenía 15 años de edad. Fuimos como unos 10 que teníamos 15 años, fuimos a novelear, a ver de qué se trataba.
“Cuando ya estaba apretado el cuartito, que entra el patrón, una vez que lo anunció el comisariado. Nos dijo: miren, señores, quiero que se apunten, porque vengo a entregarles la tierra. Y si ustedes no se apuntan, otra gente, de otra parte, va a venir y los va a echar pa´ fuera y ¿a dónde van a ir a dar ustedes? ¡Apúntense! Y el que tenga su tierra, que la siga sembrando, como si fuera de él, porque es de él. Y que empieza el apuntadero. Entonces se paró José Zambrano y dijo. También el que tenga 15 años tiene derecho a la tierra, pa´que se apunte. Y allí mero fue donde amacicé yo.
“Y quiero decirle que de todos los que tienen su parcela, yo soy el único que tiene el título original, de los primeros que nos dio el gobierno. Todos los demás son herederos, porque se las dejaron sus padres, o las compraron. Pero yo soy el único. Se repartieron 123 parcelas”.
Personajes ilustres
Hoy esta comunidad puede darse el lujo de ser una de las pocas, en la región, que ha logrado construir todos los planteles educativos, uno frente a otro. Todos son oficiales y de sus aulas han salido muchos profesionistas y gentes a las que se recuerda con admiración y respeto. No olvidan que el tangamandapense e ilustre maestro don Luis Ochoa Vega allí comenzó su andadura. Caminar que lo llevó a ocupar la subsecretaría de la Secretaría de Educación Pública. Se enorgullecen, además, de ser el lugar en donde vio la primera luz la señorita Verónica Martínez Pérez, Señorita Michoacán, durante el gobierno de Víctor Manuel Tinoco Rubí. Aquí también nacieron Antonio y Carlos Martínez Mora; aquél, afamado y próspero mueblero, éste, el progenitor del queridísimo padre Francisco Martínez Gracián, admirado y leído columnista. De aquí, además, ha salido más de un presidente municipal.
Justo es decir, además, que el rostro que hoy muestra la localidad no es el deseable. Hay muchas calles pavimentadas, pero son más las que carecen de este recubrimiento. Casi todas cuantan con granzón, aunque también son visibles las que lucen empedradas.
Libre de polvo y paja
Don Pablo no olvida que antes del reparto, la gente sembraba a medias –se les llamaba medieros a quienes se encargaban de las labores del cultivo de la tierra--, aunque el “rico se llevaba su parte, libre de polvo y paja. Porque el mediero tenía que pagar el cuarterón de maíz que le prestaba cada 8 días para comer. Debía pagar los 25 ó 30 pesos que le prestaba durante las aguas. Nada más por eso, el patrón se llevaba todo. No le dejaban a uno ni siquiera los rayaós (las mazorcas podridas y chicas de la cosecha)”.
“A´i tiene que uno andaba bien trabajao, con hambre y sin huaraches. Y no, ya cuando nos dieron la tierra, ¡no, qué barbaridá!” Dice que luego de 3 años, como ejidatario, con “maicito y todo, ya necesitaba la mujer. Y me casé. Ya era otra la vida” –dice en medio una sonrisa no exenta de picardía.
Breve historia
Hacia el año de 1920, cuando las emboladas balas habían terminado –no los asesinatos por las traiciones y pleitos en que vieron envueltos los triunfadores y sus grupos, por el poder--, las haciendas de El Llano, propiedad de doña María Guadalupe Dávalos y Jasso, la de Guaracha, de los señores Moreno, la de La Soledad, cuyo último propietario fue el sahuayense Aurelio Amezcua, que habían mostrado grades avances en lo económico durante el Porfiriato, comenzaron a ser asediadas por quienes solicitaban tierras. En idéntica situación se encontraba el latifundio de San Juan Palmira, de don Antonio Méndez Bernal, quien había sufrido la división del mismo. De allí, hay quien así lo asegura, nacieron las comunidades de La Esperanza y El Tepehuaje.
Pero, según lo ha documentado el doctor Álvaro Ochoa Serrano, esto sucedió tiempo después del sacrificio del líder agrarista nacido en Atacheo, Miguel Trinidad Regalado. Quien se había significado por ser el impulsor, la pieza clave, para el nacimiento de la Sociedad Unificadora de los Pueblos de Raza Indígena, en 1912. Y cuya finalidad era la restitución de las tierras de que habían sido despojados, entre otros, por los propietarios de la hacienda de Santiaguillo.
El movimiento agrarista en el municipio de Chavinda, con estos antecedentes, comenzó años más tarde. Dado que entre las dificultades que encontraron los solicitantes se encontraban la apatía y los temores, de medieros y peones, para formar parte del Partido Agrarista. A más de que no faltaban quienes pensaban que solicitar las tierras de los patrones, era lo mismo que robar. Y no pocos propietarios de las tierras, como se esperaba, se opusieron a ser despojados de sus propiedades. Como ejemplo, estaba muy fresca la muerte de Jesús Cerda, un líder agrarista de la comunidad de San Juan Palmira, quien perdió la vida cuando la acordada de la misma hacienda lo apedreó.
Además, entre los viejos de la cabecera y comunidades chavindenses, había el rumor de que el cura de la parroquia, el presbítero Nabor Victoria, desde el púlpito de la iglesia llegó a decir y llamar la atención de los fieles con frases como esta. “¡Pongan cuidado a lo que les voy a decir: viene un tiempo muy malo, en el que les van a quitar las tierras a los ricos, para dárselas a los pobres. Quienes se las van a quitar, son los bolcheviques”.
Desde entonces, se sabía que las autoridades del ayuntamiento –generalmente impuestas por los hacendados y los ricos--, trataban, hacían todo lo posible para impedir la organización de los solicitantes de tierra.
Con Cárdenas, cambió
A pesar de todo, campesinos del municipio solicitaron la dotación parcelaria en febrero de 1927, “ya que Chavinda tiene la categoría de pueblo de Indios”. Esto se dio en una región en donde se libraba la Guerra Cristera. Tal vez por eso, decían los agraristas, cuando los “patrones no pudieron defender la tierra, mandaron a los curas”. Además, no hay que olvidar que los agraristas, en este conflicto, apoyaron a los Federales. Condición que los hizo vulnerables, pues tenían que formar parte de las Defensas Civiles Rurales. Esto fue regla general, y se dio en todos los pueblos. Y hay quien asevera que, a raíz de la lucha armada contra los cristeros, el gobierno del Estado estuvo al borde de la quiebra financiera: los ferrocarriles no caminaban, No había servicio de correo, ni las oficinas recaudadores cobraban los impuestos. Se ha dicho que “no se pagaba a los funcionarios” públicos y que las ciudades grandes, como “Zamora, se encontraban abandonadas por sus autoridades y Ramón Aguilar se aprovisionaba en ellas (Jean Meyer)”.
Todo esto cambió con la llegada al poder del gobierno del Estado del general Lázaro Cárdenas del Río, en 1928. Ya que impulsó el reparto agrario. Con él al frente de ejecutivo estatal, se formalizó y se dotó de tierras al primer grupo ejidal en Chavinda, en 1929. Para lo cual, se expropiaron tierras de las haciendas arriba mencionadas. Acciones que se intensificaron y repitieron a lo largo del territorio nacional una vez que ocupó la Presidencia.
Aquí también
En La Esperanza, que tiene como vecinas a sus ídem de San Juan Palmira, El Tepehuaje y El Llano, perteneciente al municipio de Zamora, como sucede en la mayoría de las comunidades y poblaciones del Estado, no podía faltar un monumento para honrar la memoria del General. Lo mandó hacer y colocar –con su propio dinero, aseguran los pereros--, don Antonio Álvarez Cervantes. Uno se da cuenta que tiene esa finalidad. Sin embargo, parecido no tiene con el divisionario jiquilpense. En medio de risas, dicen que el busto representa a Chema Cárdenas, un vecino del lugar. Y que una ocasión, mientras realizaba una visita al rancho, el entonces gobernador de Michoacán, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, propuso a los vecinos cambiar el busto, gratuitamente. Cosa que no se ha hecho porque los pobladores de la comunidad no acudieron a Morelia, a recoger el nuevo busto.
Los terrenos con que fueron dotados, dicen los habitantes de La Pera --como la llaman quienes allí viven--, eran regados con las aguas del río Duero. “Que entonces sí traía agua, y ¡limpia! Tanto así que era la que utilizábamos para todo en las casas. De esa agua tomábamos. Era agua buena, no como ahora” –cuenta don Pablo.
Los predios repartidos fueron: Guamúchil, Rincón de Ochoa, El Varal, El Potrero Nuevo, El Potrero Mora, La Soledad, la Huizachera, El Piojo, La Raya y El Callejón.
En ellos, lo que más se siembra y produce, son granos: maíz, trigo, sorgo y frijol. La fresa, un cultivo que se ha vuelto indispensable en todo el Valle, aquí va a la baja, en cuanto a la superficie utilizada para ese fin. Según el presidente del comisariado ejidal, J. Jesús Javier Cervantes del Río, en la actualidad las plantaciones de la frutilla abarcan unas 10 hectáreas. Pero hubo un tiempo, allá por los años felices del Banrural, en que gente como don Neftalí Morales Cárdenas arriesgaban su dinerito en ese cultivo. No puede esconder, empero, la dificultad que le provoca el recuerdo de la matanza ocurrida en Panindícuaro, cuando grupos de freseros arrancaban los plantíos de los que no contaban con el correspondiente permiso.
La economía
La migración es, en la actualidad, uno de los pilares más fuertes, en lo económico, en la comunidad, aunque el porcentaje sea menor que en otras localidades del municipio y región. Como inusual es que, entre los ejidatarios y vecinos, la ganadería, que sí existe, pase casi de puntitas. Un peón, en el campo, gana entre 200 y 150 pesos, según el criterio del patrón, por jornada de trabajo.
Entre los platillos más comunes, entre los habitantes del rancho, se encuentran las carnitas, las birrias de chivo y becerro, guarnicionadas con sopa de arroz. Y se pueden disfrutar, sobre todo, durante las grandes fechas.
Y todos los lectores de Guía, son invitados.