Tierra fértil, de gente amigable
Por Benjamín González Oregel.
San Juan Palmira, Mpio. de Chavinda, Mich.— Esta comunidad se asienta al norte, siempre al norte, tanto de la cabecera del municipio, como del asfaltado camino que comunica Chavinda con la vecina Zamora. Metros al norte, tras dejar esta vía, el infaltable arco nos recuerda su Nombre: San Juan Palmira.
Si uno viaja desde Zamora, vía la tenencia de Ario de Rayón, requerirá de unos 10 minutos para llegar al caserío. Uno de los puntos dignos de tomar en cuenta es que, casi siempre, el verde de los campos es sempiterno compañero del viajero. Cosa que no sucede si se hace desde el centro de la cabecera municipal. Aunque desde este lugar se habrán de recorrer unos 5 ó 6 kilómetros.
Situada entre La Esperanza y La Soledad, ambas también pertenecientes al municipio chavindense, por lo que cuentan sus habitantes actuales, la mayoría de los que ahora la ocupan, son descendientes de peones que, tal vez echados de sus tierras por La Revolución, encontraron refugio y empleo en lo que debió ser una rica propiedad. Cuentan que hasta llegaron gentes de Coahuila, Tamaulipas y Guanajuato. Quizá ahí se encuentre la raíz y el por qué los actuales sanjuaneros sean más altos, corpulentos y fuertes que sus vecinos. Incluida la mayoría de los residentes de la Villa.
Esta tarde hacemos el viaje, Eduardo Zambrano Martínez, un sanjuanero que ha logrado sacar la cabeza y puesto alto el nombre de esta comunidad, y el corresponsal, a la hora convenida –otro par de nombres bien recordados son los de don Antonio Gallegos Ortega, que fue presidente del municipio; así como el de Jesús Cerda, mártir del agrarismo local. Eduardo, por su parte, ha liderado, en Estados Unidos, a Fuerza Unida Chavinda y encabeza la Sociedad Cooperativa Profr. Gabino Estrada--. Una vez aquí, me doy cuenta que nos espera un joven. Se llama Luis Esteban Juárez Moreno. Pronto reconozco que se ha interesado por los aconteceres de su patria chica. Esta es una de las 6 con que cuenta la villa de Chavinda, que crece cerca o en los alrededores del casco de la hacienda.
Ambiente agradable y tranquilo
Vivimos “muy tranquilamente, en un ambiente muy agradable. La gente amable, continúa y guarda unas costumbres muy arraigadas, sobre todo las que se organizan durante el fin del año, en diciembre. Por esos días, se da vida a un novenario, en el que la parte principal la forman nueve rosarios –la feligresía de San Juan siempre ha sido atendida por las parroquias de Chavinda, primeramente, y en la actualidad por el párroco de El Llano--, los que se rezan por las calles y barrios de la comunidad.
“Cuando ocurre algún deceso –como este día, en que, en lo que fue una porción de la casa donde vivieron los hacendados, ya que fue repartida entre los peticionarios de tierra, se velan los restos de don José Murillo, un indómito campesino que, ya entrado en años, tuvo la ocurrencia de irse a vivir a los Estados Unidos, en donde perdió la última de sus batallas--, acostumbramos acompañarnos, no sólo física, económica y moralmente a los dolientes”, comenta nuestro acompañante.
Como ocurre en la inmensa mayoría de los caseríos y comunidades del país, fundados luego de La Revolufia, los terrenos sobre los que se asienta San Juan, son parte del ejido de Santiago Tangamandapio. Aunque, en la realidad, son los ejidatarios locales quienes, en buena parte de las veces, toman las decisiones más importantes acerca de lo que les interesa. “Aquí, todavía, las autoridades son: el encargado del orden y el comisariado ejidal”. Formado por 57 parcelas –un sesenta por ciento de riego, y lo demás, el cuarenta por ciento, restante, de predios temporaleros, según Luis Esteban--, esta porción ocupa la parte norte del ejido. Para abastecerse de agua, los campesinos del lugar se valen de la que extraen de pozos profundos. Sin dejar de aceptar que “somos pocos los que lo hacemos con aguas del dren del río Duero, pero sólo durante la siembra de semillas, y lo hacemos únicamente cuando nos vemos muy forzados a ello, por falta de lluvias. Las hortalizas nunca son atendidas con agua del río”, indica.
Tierras fértiles
Los predios, como ha sido una ancestral tradición, siempre se han distinguido por su feracidad –forman parte del Valle de Zamora--. Desde la Colonia, estos campos han producido maíz, trigo, garbanzo y frijol, y desde hace algunas décadas sorgo y cártamo. Pero, “últimamente se han cultivado la fresa, el jitomate, el chile; y próximamente se producirá la frambuesa”, dice Luis Esteban.
Por otro lado, la paga que recibe un jornalero por una jornada de trabajo, para aquellos que hacen el viaje desde otros sitios, es buena: cada peón obtiene 200 pesos. Además, cuentan con otra facilidad, ya que se le asigna una tarea diaria. De este modo, si de “tirar fertilizante se trata, debe espolvorear 5 bultos (de 50 kilos). Cuando fumiga, debe esparcir un barril de 200 litros del líquido. En otras partes, nos hemos dado cuenta, por boca de ellos mismos, que les pagan entre 130 y 150 pesos, por jornada. Lógicamente, deben hacer un poco de trabajo que aquí”, dice Juárez Moreno, gran aficionado y promotor del futbol, deporte que practican tanto hombres como mujeres.
Al norte, siempre al norte
Con esto, uno entiende que, dada la abundancia de empleos, y la necesidad de mano de obra, los habitantes de la más cercana de las rancherías chavindenses no tendrían razones para alejarse de su pequeña patria en busca de una oportunidad de empleo. Distinta es la realidad, en la actualidad, “hay pueblos completos habitados por sanjuaneros, sobre todo en Carolina del Sur. Considero que allí hay tantos o más que los que aquí habitamos”.
Acepta Luis Esteban que, desde hace tiempo, muchos de los que se han ausentado, por la “falta de documentos (migratorios), no vienen a las fiestas de fin de año, o a las del mes de junio, a la fiesta de San Juan. Por otro lado, en estos días, la gente ilegal no va, porque está difícil” entrar al país vecino.
“Reconocemos como la fiesta más importante la que se celebra en honor de San Juan Bautista, patrono de la comunidad, aunque también nos enorgullece el novenario, con peregrinación, en honor a la Virgen de Guadalupe. Antes íbamos a Chavinda, hoy nada más recorremos alrededor del rancho, y terminamos con una misa en la capilla”, señala el joven Juárez Moreno. “Pero es mayor en número de los que regresan en diciembre, que en junio”, indica.
Estamos frente a la escuela primaria, que luce bien conservada, en términos generales. Y como si quisiese corroborar sus dichos, con relación a la sangría migratoria, suelta: “Hay una población escolar muy pequeña, son, en total, unos 45 niños, del primero al sexto grados, los que asisten”. Esta cifra me obliga a felicitarlos ya que, durante mi última estancia en la comunidad, en las aulas de esta escuela apenas se contaban entre 23, 24 niños.
“Efectivamente, antes iba mucha gente visada, a los Estados Unidos. No sé por qué motivos recortaron esas visas y la gente se queda aquí. Además, hay más empleo. Ahorita, casi todo el año, sólo quien no quiere trabajar, no trabaja”, precisa.
Algo de historia
Según escribió el doctor Rafael Alarcón, en su obra Restricciones a la inmigración en Estados Unidos, hace casi 100 años, en la década de los veintes de la centuria pasada, la hacienda de San Juan Palmira estaba “notablemente reducida”, por la “subdivisión de su tierras para formar los ranchos La Esperanza y el Tepeguaje”. El último de sus propietarios fue don Antonio Méndez Bernal (pág. I65).
En la hacienda, como ocurría en todas las tierras de la región, fuesen ranchos o haciendas –eran vecinos los ranchos de La Quirozeña, El Compromiso y La Verduzqueña; mientras La Soledad, El Llano y Guaracha eran haciendas--, la siembra a medias era de uso generalizado, en “todo el Bajío Zamorano y, en el caso de Chavinda, se aplicaba especialmente para el cultivo de maíz. Los contratos establecidos entre patrones y medieros variaban ligeramente en cada caso; sin embargo, por lo general, el patrón proporcionaba la tierra, los animales y la semilla, la pastura para los animales y maíz para la alimentación del mediero y su familia. El mediero, por su parte, que era escogido entre los trabajadores más honrados y laboriosos, debía tener instrumentos de labranza y se comprometía a realizar todas las tareas que requería el cultivo; sin embargo, los gastos de la cosecha los compartía equitativamente con el patrón (Restricciones, pág. 166)”. Por esos años, además, se inició la desintegración de los latifundios en Chavinda.
“Los grandes propietarios de la tierra, como era de esperar, se opusieron decididamente al agrarismo. Su oposición tuvo distintas intensidades, llegando a la violencia. En los inicios de la década de los veinte, la “acordada” de la hacienda de San Juan Palmira apedreó hasta la muerte a Jesús Cerda, agrarista de ese lugar (pág. 168)”.
Los solicitantes de tierra tenían en su contra la decidida defensa que muchos párrocos hacían de los latifundistas. A la que se sumaba el decidido apoyo de la mayoría de los habitantes de Chavinda, quienes, mayoritariamente, se decidieron por los cristeros, movimiento que se desencadenó entre los años de 1926 y 1929.
Esto cambió con la llegada al gobierno del Estado del jiquilpense Lázaro Cárdenas, quien se empeñó y apoyó decididamente los repartos agrarios. Fue, en 1929, cuando el General decidió y ordenó la dotación provisional de mil 114 hectáreas de tierra. Con ese acto nació el primer ejido en el municipio de Chavinda. Esta comunidad ejidal, como la inmensa mayoría de las comunidades rurales de esta parte del Estado, no ha olvidado el hecho y, como muestra de esto, también lo recuerda mediante un busto, hoy en los terrenos donde se ubica la escuela primaria del lugar, luego de haber estado en la placita del rancho.
El natalicio de Morelos, del Ciervo de la Nación
Aquí, en donde hoy se encuentra una estatua en honor del Padre de la Patria, desde hace lustros la fiesta cívica más importante en el calendario sanjuanero, es la que se celebra con motivo del natalicio del Ciervo de la Nación, don José María Morelos. Esa fecha, estudiantes y fuerzas vivas de esta comunidad lucen sus mejores galas. Notoria cosa es que, en el centro de la placita, se encuentra una estatua en memoria del Padre de la Patria. Del Ciervo de la Nación, no hay siquiera un busto. Nunca he sabido que en efeméride similar al festejo del moreliano, se haya organizado algo semejante en honor del nacido en la hacienda de Corralejo.
Y si hablamos de fiestas, los habitantes del lugar, en las grandes ocasiones de bodas, bautizos, cumpleaños y sus populares celebraciones, suelen complacer a los invitados con las tradicionales carnitas, las birrias de chivo –ocasionalmente, ya que no se cría esta especie en el lugar-- y de res. No faltan el mole, la sopa, los chilaquiles y hasta nopalitos. No faltan los buñuelos, los tamales, las tostadas –de pata, cueritos, lomo y jamón--, el pozole, los tamales, el atole, y toda la lista de antojitos mexicanos.
De este modo, los Viera, los Camacho, los Juárez, Los Zambrano, Los Cerda, Los Rodríguez, Los Negrete, Los Rodríguez,… Que son los apellidos más prolíficos, invitan, a los lectores de Guía, a degustarlos y a pasar un buen rato.