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Puebleando El nombre se lo facilitó el cerro: El Cerrito Colorado

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     El Cerrito Colorado, Mpio. de Villamar, Mich.--  Los primeros moradores de este lugar, fueron prácticos, no se quebraron la cabeza a la hora de bautizar el sitio en donde construirían sus viviendas. La tarea se las facilitó un breve y armónico promontorio –si tomamos en cuenta las alturas que alcanzan las cumbres que lo circundan--, situado al oriente del asentamiento urbano, y rodeado por suaves planicies, hoy conocido como El Cerrito Colorado. Aunque su crecimiento haya tomado otra dirección. Parece aferrarse a las laderas de la cordillera que enfila rumbo al poniente.

     Esta comunidad, que ahora forma parte del municipio de Villamar, durante siglos fue parte de la inmensa propiedad que fue Guaracha –como lo fue la propia cabecera del municipio--, aunque por lo visto, lejos estaba de competir en cuanto a opulencia e importancia con las haciendas de San Antonio Guaracha –la última propietaria de esta fracción--, San Miguel de Guarachita o El Platanal, por nombrar las vecinas y cercanas. Pero eso debió ocurrir hasta antes de la llegada del tren. Un servicio que llegó con la muerte del siglo Décimo Noveno y el cercano nacimiento del Vigésimo. Pero este fue un servicio al que no dejaron cumplir la centuria.

     Don Porfirio, y sus visitas

     Don Porfirio sí le cumplió el gusto a su posible compadre don Diego Moreno, rico hacendado  al que le urgía mover los productos que sus bastas propiedades y explotada peonería producían: semillas, ganado, pero, sobre todo el azúcar, el piloncillo y tal vez el alcohol que el ingenio de San Ignacio, allá en las cercanías de la casa principal se extraían de las extensas plantaciones de caña. Más tarde, como ya hemos dicho, los competidores del también banquero, que cultivaban la misma gramínea en el valle de Los Reyes, gestionarían y lograrían, mediante la intervención de don Aristeo Mercado, a la sazón gobernador de Michoacán, que los rieles se extendieran y llegaran hasta el ahora próspero Valle Esmeralda.

De estas historias, hace unas horas, el sábado pasado, escuché al maestro don Heriberto García Medina, en una estación radiofónica de Guadalajara, quien nos recordaba de los viajes que el general Oaxaqueño que gobernó al país por más de 30 años, solía realizar a la hacienda de Maltaraña, en la ribera de Chapala, para visitar a sus compadres, los Cuesta Gallardo –conquistador y enamorado como se asegura era don Porfirio--, por lo que es casi seguro que también se dejaba venir hasta Guaracha, para acompañar y dejarse querer por los Moreno.

     Ni los durmientes quedaron

     Hoy, terrenos e instalaciones de la Estación Moreno aparecen desolados, vacíos –tal vez por la hora en que realizo la visita--. Un letrero, pintado a mano, advierte a los atrevidos que el tránsito y estadía en este lugar están prohibidos. Que quienes lo hagan, de ser pillados, deberán comparecer ante las autoridades correspondientes.

     Sin embargo, vecinos del pueblo aseguran que la propiedad realmente pertenece a los ejidatarios, a pesar de que los sucesores de quienes cuidaban y vivían en los terrenos e instalaciones –los ferrocarrileros--, antes de que el servicio dejara de prestarse, han decidido permanecer en ese sitio y aseguran que dicen ser los dueños de lo que hay y había antes de que se llevaran vías y trenes, allá durante los días en que gobernaba el licenciado Víctor Manuel Tinoco Rubí, en el Estado; mientras el país era conducido por Ernesto Zedillo Ponce de León.

     En los corralones se aprecian varias construcciones, así como restos de vagones –muchas veces los trabajadores vivían en estas cajas de hierro--. Hay una casa, que se construye, en obra negra. Sobresalen, empero, los metálicos conos que se utilizan para depositar los granos que los campesinos de la región –Chavinda, Villamar, Tangamandapio--  producen y han vendido a los intermediarios. Los ejidatarios afirman que el ejido tiene un contrato con Azteca de Michoacán y que este organismo gubernamental los subarrienda o utiliza para su propio servicio. De las vías, ni los durmientes quedaron.

     Desde este punto, rumbo al noroeste, cuando el sol se encuentra en su cenit, la panorámica que se tiene, cala. Sólo resequedad. La presa de El Cerrito, ese amplio espacio que durante décadas sirvió para dar verdor y frescura a esta parte, muestra un tono verdoso que espanta. Está vacía y azolvada. Uno se da cuenta de que allí hubo una gran depósito de agua, si observa, desde el poniente, la altura de lo que fue el pretil. El espacio donde se guardaba el preciado líquido, está al mismo nivel que las parcelas por las que entraban las corrientes de las lluvias.

     De aquí, ¿con qué?

     El camino de acceso al pueblo, está bien, es bueno. Comienza allí donde se junta con la carretera federal número 15. Dividido por un camellón mal cuidado, donde crecen los laureles de la India, y han sido plantados postes, con  lámparas, para su iluminación, durante un trayecto de algo más de un kilómetro de largo,  nos lleva a una de las 2 placitas con que cuenta esta población.  A lo largo del camino, y sobre sus 2 lados, sin llegar a formar líneas continuas, nuevas fincas comienzan a aparecer. Además, se notan el Centro de Salud y un plantel educativo.

     En el pueblito, cubiertas con concreto hidráulico, las anárquicas callecitas –como sucede en todos los centros de este tipo: ejidales--,  están muy limpias, sin basura ni desperdicios regados. Eso sí, frente a la iglesia y la otra plaza, hay muestras de que el camión recolector  no se ha presentado. Y es domingo.

     En el pueblo, hay construcciones modernas, muy bonitas y grandes. “Pero esas son de los emigrados”. El campo sólo da para mal vivir, para subsistir, señala Juan Cortés. De aquí, ¿con qué la hacemos?, pregunta. Y si a esto le sumamos los precios de los combustibles, las cosas empeoran. “La camionetita y el tractor que tengo, no los quiero mover”. Porque el gobierno nos iba a ayudar, a los pequeños productores “y no nos ayuda, para nada”.

     Vía la Internet

     La iglesia, dedicada a San José Obrero, luce muy bien, en el exterior y superior en su interior. Es cómoda, fresca y luce brillante, rechina de limpia. El piso es de mármol –marfil, verde y morado los colores, con este último en el centro, tal vez la finalidad de ahorrar trabajos de quitar y poner  la tradicional alfombra roja que tanto gusta a los que celebran alguna fecha o acontecimiento especiales. El presbiterio luce el mismo material y tono: moradito--. Y al fondo, un hermoso retablo de madera, muy bien labrada, sobre el que destacan las figuras que hay en sus nichos: apóstoles, san José y El Niño, la Virgen María y Cristo Resucitado. Todo esto presidido por un enorme Crucifijo que cuelga de lo más alto, y que me recuerda al famoso Cristo de Salvador Dalí, aquel que parece sostener todo el universo, aunque este no tenga los músculos tan delineados y definidos como el del excéntrico catalán.

     Como es de rigor, en el sagrado recinto no falta la imagen de La Guadalupana, con San Juan Diego genuflexo, sobre el lado izquierdo de la iluminada nave. Del otro lado, un cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro, y uno más de Cristo no llegan  a saturar el espacio. Apenas traspuesta la puerta principal, sobre un iluminado mesanine, que debe ocupar el coro parroquial, se observa un equipo completo para las vídeograbaciones que suele transmitir la parroquia –vía la Internet--, a todo el mundo. El Padre Chava, como aquí se le conoce –el presbítero don Salvador Ávalos--, y que hoy anda por los Unites, se las ha ingeniado para atender a toda su feligresía, y la de otras parroquias vecinas –una de sus hijas en Cristo me comentó que ellos, en su familia, cada domingo asisten a misa desde el área de la Bahía, desde las cercanías a San Francisco--. Además, vía las ondas hertzianas les alegra, diariamente, la vida a sus feligreses con música continua.

     Que no se ha repartido

     Y es que aquí, como en todos los rincones de Michoacán, la migración ha hecho su agosto en cualquier mes del año. A pesar de que, así lo aseguran, quienes se quedan “viven muy a gusto, muy tranquilos, muy felices, porque hay mucha paz”, aunque la vida en estos días es “dura”, por la escasez de agua. “La traemos de Sindio, pero no nos alcanza”, dicen Juan Cortés y Gabriel Zendejas, quienes, junto con Jorge Vázquez y sus familias, acaban de salir de misa. El “agua que nos dan es muy poca –continúa Juan-- además, quienes tenemos animales le sufrimos más, porque las presas están secas y el ganado, sin agua, se flaquea y muere”.

     Contrariamente a lo que pensaba el corresponsal, la presa grande, esa que plateaba en las noches de luna a un lado de la carretera, no ha sido repartida entre los ejidatarios. “Eso quisiéramos, que nos dieran un lote –externa Juan--, porque yo soy ejidatario”.  Pero, “como nosotros no somos –tercia Gabriel, entre sonoras carcajadas--, no queremos que la repartan”.

     Ellos cuentan que son 99 los ejidatarios, “más la parcela escolar”. Quien encabezó el movimiento agrario y realizó el reparto, fue “mi tío Refugio Cortés”, afirma un orgulloso Juan. “Y la gente está muy agradecida con él. Quedan unos cuantos de los ejidatarios originales. Hay quien ha vendido la parcela –una hectárea alcanza los 100 mil pesos--. Porque es el patrimonio de esta gente”.

     No han hecho nada

Los hombres del campo están  seguros de que si la presa tuviera agua, lo cual prefieren a que sea repartida, saldrían beneficiados. “Hemos hecho propuestas ante la presidencia del municipio, pero cuando están allí, en el poder, se olvidan”. Saben, empero, que para la rehabilitación de esta, se requieren cientos de millones de pesos y que esto sólo será posible mediante la intervención del gobierno Federal. De otra “forma, nos tenemos que ir a los Estados Unidos. A la última, quisiéramos que nos ayudaran con algo. Pero cuando vamos a su oficina no dicen: “que no están”. Te cierran la puerta. Ya ni te conocen. Son puros corajes los que la gente hace y te hacen pasar. ¡Ah, pero eso sí!, cuando andan en campaña, casi hasta te besan. Te dan una cachucha. Sería mejor que no nos dieran nada, pero que cumplieran con lo que prometen. Eternamente ha sido así. Nos prometieron un pozo profundo y no han hecho nada”.

Las festividades

Llamó mi atención que el día primero de los corrientes, me invitaran a esta comunidad, “que estaba de fiesta”. No tenía idea de lo que se celebraba. Ese día, el Día del Trabajo, se pone fin al periodo de fiestecitas que, en honor de San José Obrero, organiza la comunidad católica del lugar. Aquí, sin embargo, no faltan los que recuerden y suspiren por aquella tradición con se honraba a Santa Teresita del Niño Jesús. “Era el día de las muchachas”, recuerdan orgullosos Gabriel y Jorge. Tal vez a sus memorias  lleguen sombras de aquellas  juventudes que no se han  ido, pero que han dejado la etapa de los sueños. Pero también, la feligresía que pastorea el Padre Chava, celebra con respeto y devoción la fiesta de México, el 12 de diciembre, en honor de La Guadalupana. Por ese tiempo, muchos de los hijos ausentes regresan y con su presencia y dólares, suben el ambiente del pueblo.

Hacen mayoría, entre los habitantes de aquí, los apellidados Ruiz, Cortés, Zendejas y Manzo, afirma Pepe Zendejas, heredero y nieto de uno de los últimos hacendados del lugar.

Comercio

Las fuentes de ingresos, por antonomasia, han sido la agricultura y la ganadería—maíz, sorgo, algo de garbanzo y frijol--. Sin embargo, el breve promontorio que dio el nombre a la comunidad, también ha dado a los habitantes del pueblo, una fuente importante de ingresos: es una mina de material de greña, para la construcción. Y hoy, luego de haber permanecido cerca de 10 años cerrada, los propietarios de las porciones del cerro que les corresponden, han vuelto a ser explotadas. El dinero es propiedad de los afortunados dueños. La comunidad, por su parte, sólo recibe, cuando lo requiere, “algún viaje de material”, para reparar el camino.

Los habitantes de El Cerrito Colorado, por tradición, durante décadas, por costumbre, han hecho y hacen sus compras en Sahuayo, Zamora y Jiquilpan, primordialmente. No faltan los que, por urgencia, acuden a la vecina Chavinda, o a la también cercana Santiago Tangamandapio. Los medios de comunicación brindan excelencia en sus servicios.

El Colegio

Para mucha gente del lugar, si algo han extrañado es la ausencia de las aulas donde funcionó el colegio Niños Héroes, que era atendido por las Hermanas del Sagrado Corazón, cuya casa central está en Zamora. “Las hermanas beneficiaron al pueblo, no nada más  a los niños –cuenta Juan--. Los beneficios llegaban a toda la gente, que además es muy religiosa. Ellas nos inculcaron mucho, el temor de Dios”. Pero las monjitas no sólo impartían educación.  Enseñaban oficios a las mujeres del lugar: cocina, costura, bordados. Allí, acudíamos todos, hasta las personas mayores.

Entre risas, mencionan  y se acuerdan de un señor, don Pedro Ruiz quien solía salir, con un camión de carga, nuevecito, lleno de religiosas. Las paseaba por los pueblos y ranchos de la región. “Pero hoy, da tristeza ver esa construcción cerrada”.

La gastronomía

No sólo entre los vecinos de esta parte del municipio, el buen gusto y mejor sazón del que son dueños los pobladores de El Cerrito. No son pocos los que, periódicamente, suelen acudir a degustar los chicharrones y carnitas con Pepe Zendejas, ya sea para llevarlas a sus domicilios o consumirlas allí mismo. Las mujeres del lugar, por su parte, acostumbran lucirse con el mole de cerdo, con la birria de ternera o chivo. Pero si las cosas y los astros están del lado de los visitantes, podrán disfrutar del Asado. Un platillo, a base de arroz –tipo morisqueta-, frito en manteca pura de cerdo, huevos batidos y especies. El chiste está en que no se permite que la mezcla se haga torta.

¡Vamos a El Cerrito Colorado!

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