Quantcast
Channel: semanarioguia.com.mx - Información general
Viewing all articles
Browse latest Browse all 588

Puebleando Tangancícuaro, lugar donde se clavan las cosas

$
0
0

 

Aunque sus hijos prefieran, muchas veces, no plantarse.

 (Primera de 2 partes)

 

Tangancícuaro de Arista, Mich.—  Tangancícuaro, que es un compuesto de las palabras purhépechas, tanaci, que significa cosa, y kua, con la que se designa clavada, hundida, y el sufijo ro, que se traduce lugares, interpretados por los conquistadores, se convirtió en cosa clavada, o donde se clavan cosas, según los escritos del historiador lugareño don Martín Sámano, en sus Apuntes para la Historia, aparecidos a finales de la década de los setenta, del siglo pasado. Basado en la versión dejada por don Diego de Besalesque, quien en su Historia de la Orden de San Agustín en Michoacán, al referirse a este lugar “Tangansécuáro”, le dio el significado antes anotado. Niegan, por tanto, las interpretaciones en las que se afirma que  el nombre proviene del término tarasco tanimo ítzi gua  ro. En donde la palabra itzí, se traduce como agua. Además, según anotó el historiador, no son 3 los manantiales existentes en el valle, sino 4: Cupátziro, Camécuaro, Junguarán y Toray. Todo esto sin tomar en cuenta la laguna que ocupaba, en aquellos tiempos, el centro del valle.

     Cuando los primeros españoles llegaron, allá por el año de 1531, lejos estaba el caserío se estar apiñado. Las viviendas de los naturales se encontraban dispersas. Sin embargo, sus centros, comercial y religioso, se ubicaban en un sitio aún conocido con el nombre de el Acuitze (la víbora, en la lengua de los nativos). De esto, todavía hay vestigios, yácatas y ruinas de casas, según escribió el licenciado Eduardo Ruíz. Entonces, según el célebre historador, al lugar se le conocía con el nombre de Acuítza. Las ruinas existentes en un lugar llamado Las Capillas, revelan el grado de esplendor que alcanzó la cultura local de la época. Aunque hoy, por lo visto, todas esas reliquias están condenadas a la desaparición, al ser arrancadas por quienes se dedican la fabricación de tabiques para la construcción.

     Se sabe que entre los años de 1535 y 1545, los naturales fueron concentrados en lo que ahora ocupa la cabecera del municipio, con la finalidad de catequizarlos. Realmente, la intención de los españoles era la de despojarlos de las tierras que labraban los indígenas, y que eran las mejores de la región. Para eso, los nuevos cauces del manantial de Cupátziro, en el tránsito hacia su confluencia con el río del Santuario, fueron desviados. El islote formado quedó comunicado con 5 puentes. Uno de los cuales, el de El Pescador, no ha mucho tiempo permanecía intacto.

     En cuanto al despojo de tierra de que fueron objeto los aborígenes, se habla de que, conocida la fertilidad que dan el clima y el agua, una vez conocidas por los peninsulares avecindados en Jacona y Zamora, fueron las causas de tal acción.  Se menciona el nombre de un tal Francisco Martín Trasierra, como el personaje que, en no pocas ocasiones utilizó la violencia para apoderarse de las tierras. Lo que motivó que la comunidad se quejase ante el virrey de la Nueva España, don Martín Enriquez de Almanza. Se sabe que éste, prestó oídos a las demandas de los naturales, y, mediante un escrito, alertó al Alcalde Mayor de Zamora, a quien ordenó:

     “Don Martín Enriquez, hago saber a vos, el que fuera Alcalde Mayor de la Villa de Zamora, que por parte de los naturales de Tanguancítaro me ha sido hecha relación de que un Francisco Martín Trasierra, vecino de dicha villa, se le dio un mandamiento para la visita de un sitio de estancia para ganado menor, con una caballería de tierra, en términos del dicho pueblo de tanguancítaro y Jacona, el cual al presente se está presentando y haciendo otras diligencias, y que por dádivas inducimientos que el dicho Francisco Martín Trasierra ha hecho a ciertos maceguales amigos suyos, por la fuerza y contra su voluntad, les había hecho firmar consentimiento de lo que el dicho Francisco Martín pretende en mucho daño y perjuicio, de más de tener como tienen mandamiento de amparo, para que el susodicho, ni otra persona asiente sitio, no tome tierras en los dichos términos y en especial dentro de la banda del río. Atento a habérselas tomado muchas tierras para la población de la Villa de Zamora, y me pidieron los mandase guardar y remediar. Y por mí visto, por la presente os mando que este es mi mandamiento os sea mostrado, veáis el mandamiento que por mí está dado, en este caso a los indios naturales de Tanguancítaro, el cual habéis guardar y cumplir, según que por él se manda”. México, 10 de diciembre de 1579.

     Fue obra de los agustinos la evangelización de los nativos. Como prueba del paso de esta congregación, se habla de que fueron ellos quienes construyeron el primer molino de trigo, la edificación del hospital. De aquel, los propios clérigos obtenían los conducente para su manutención, ya que, como bien dice el Evangelio, “no sólo de pan vive el hombre”, tiene que comer pan, para realizar el mandato cristiano.

En ese afán, con tal de que los frailes caminaran una senda menos ardua, fue que, alguna vez trataron de reunir a los distintos grupos que habitaban la región: los de Jacona, los de Santiago Tangamandapio y los de Tangancícuaro. Sin embargo, reunidos los representantes de cada uno de los pueblos mencionados, no se logró tal propósito. Las lenguas con que comunicaban cada una de las partes, eran distintas. Eso creaba un problema. Otro, lo era, y fue parte esencial a la hora del resolutivo: la calidad de los terrenos. Un tal Pedro Pérez, habló acerca de la inconveniencia de “congregar a Tangancícuaro con Xacona” ni “con Santiago, pero sí es necesario y debe tomarse en cuenta que la primera tiene mejores tierras que la segunda y que los (indios) de esta podrán asentarse en Rincón del Mezquite que está algo apartado de Xacona”.

Por acuerdo del obispo de la Provincia de Michoacán, don Martín de Elisacoecha, los servicios eclesiásticos quedaron en manos del bachiller  Francisco Xavier Dávalos, en su calidad de teniente de cura, del partido de Jacona. La entrega del juzgado eclesial corrió a cargo de fray Antonio Cuellar. Esto ocurrió el 15 de noviembre de 1768.

Sin embargo, justo es consignar que en archivo parroquial en que anotó la información, se tienen datos a partir de 1679, sabido como es que el pueblo fue destruido, consumido por las llamas, el 30 de octubre de 1816, de la conflagración escaparon, únicamente: el hospital, el convento y la iglesia parroquial.

Según los datos existentes, tocó a fray Joseph de Alica, firmar las primeras actas, como párroco, el 29 de octubre de 1679. 31 años más tarde, despachaba don Jacinto Ávila, desde el mismo encargo. El primero, de Alica a rubricar, como responsable de la grey católica, en 1730. El último de los agustinos que estampó su firma, como párroco del lugar, fue fray Joseph de Rayas, en 1740. Por eso la creencia de que hacia 1679, ya había sido construida la iglesia parroquial. Esto debió ocurrir entre los años de 1601 y 1678.

Tangancícuaro insurgente

Seguramente tocó a los arrieros del pueblo –actividad a la que se dedicaron muchos de los criollos avecindados en el pueblo--, al regresar de sus viajes por el territorio nacional, dar a conocer que en un pueblo de Guanajuato, un cura habíase levantado en armas contra el imperio español. Esto es creíble, porque cuando don Miguel Hidalgo y Costilla estuvo de paso, en Zamora, con rumbo a Guadalajara, un grupo numeroso, formado por naturales y mestizos, vecinos de esta población, se unió a su movimiento. La guerra de Independencia descompuso la vida social del pueblo. Principalmente la de los adinerados. Muchos de los cuales tuvieron que salir de la localidad, en busca de sitios más seguros.

De poco sirvieron las exhortaciones y amenazas del teniente de cura, don Francisco Mendieta. El primero de julio de 1811, una gran muchedumbre formada por vecinos, y armada con machetes y lanzas, salió a las calles en medio de gritos de. ¡Viva América! ¡Muera el mal gobierno! Los recién levantados, engrosaron las filas de José Antonio Torres, un insurgente de la región, que había tomado La Piedad, hacía poco tiempo.

Sin embargo, para muchos de los insurrectos, poco duró la aventura. En Tlazazalca, a fines de febrero de 1812, el ejército realista, al mando de Pedro Celestino Negrete, derrotó a las huestes insurgentes –en la batalla murió José Antonio Torres--. Esta pérdida, la del líder, fue la excusa enarbolada, 4 años más tarde, luego de una sorpresiva toma de la plaza de Tangancícuaro por las fuerzas insurrectas, para tomar venganza. Venganza que se concretó a pesar de las súplicas –se dice que se hincó--  del bachiller José Rafael Sarabia, el 30 de octubre de 1816. Fecha en la que el pueblo ardió, en su totalidad –con las excepciones arriba mencionadas: la iglesia, el hospital y el convento--. Nada quedó en pie, ante los azorados ojos de los moradores, quienes habían huido, con lo que pudieron cargar, a las cercanas montañas.

Las pérdidas, por la guerra

Seguramente, entre la clase alta, la pérdida más significativa fue el asesinato de un anciano, con 87 años a cuestas. Don Francisco Victorino Jasso y Dávalos. De quien escribió, no mucho tiempo ha, don Jorge Moreno, en estas páginas, cuando trató de uno de los testamentos que mayor impacto han tenido en la diócesis y la región: “El testador, Francisco Victorino Jasso nació en Tangancícuaro en 1724, de una familia de ascendencia española. Algún escritor nos dejó esta cita respecto al “pueblo de Nuestra Señora de la Asunción de Tangancícuaro… Hay en este pueblo 70 (setenta) vecinos españoles, cuyo principal giro es la arriería y el de conducir a Chihuahua y otros parajes de Tierra Adentro, azúcar, colambres, zapatos, sillas, frenos, y otros efectos regularmente habilitados de don (Francisco) Victorino Jasso (de Dávalos), comerciante el de muy grueso caudal y de un comercio extremadamente grande, así en lo respectivo a géneros de Europa como de mulada, partidas de ganado y demás producciones del reino”. En efecto Don Victorino Jasso, hombre activo y de amplia visión empresarial, llegó a organizar con cerca de 80 recuas de mulas y otros tantos hatajos de burros, así como una flota de varias carretas, un gran organización para comerciar y transportar especies, semillas, utensilios, etc. hacia todos los rumbos de la Nueva España; incluso llegó a incluir en sus itinerarios poblaciones de Guatemala y Texas. Tal actividad en manos de Don Francisco Victorino influyó mucho en la vida económica de Tangancícuaro y su región, no sólo por el movimiento de mercancías, sino también por dar trabajo a cientos de personas que se dedicaron a la arriería bajo sus órdenes. Se calcula que las ganancias anuales de sus negocios pasaba de los 100,000.00, cosa que parece ratificar lo que pagaba por igualas, tanto en el Diezmo como en el Gobierno, ya que, en 1784 pago por ellas más de 6,400.00. Más aún, agrandó su riqueza y actividad comprando varias haciendas y ranchos a los que hizo producir con eficacia en la siembra y la ganadería. Por diversas circunstancias fue asesinado durante la guerra de Independencia en junio de 1911”.

Las Haciendas de Don Victorino

     “Al morir Don Victorino –continúa don Jorge Moreno--, mucha de su riqueza pasó a manos extrañas, pero la mayoría de sus inmuebles, mediante algunos subterfugios, pudieron quedar a salvo y ser asignadas a algunos de sus parientes. Tales inmuebles salvados fueron, sobre todo, las Haciendas y Ranchos que había adquirido y que lo habían convertido en “uno de los más grandes latifundistas del occidente de la Intendencia de Valladolid”, entre los que se contaban  las haciendas de San Juan Guaracha, la de Cojumatlán, la de San Antonio Guaracha, El Platanal y La Mula, y el rancho de El Rincón del Mezquite.

“La Hacienda de San Juan Guaracha (sin duda la más importante de todas ellas) la había adquirido Don Victorino en 1791, en una subasta. Dicha Hacienda, a pesar de su extensión y calidad de sus tierras, había estado casi ociosa por mucho tiempo, pero cuando Don Victorino la adquirió, comenzó a producir en abundancia maíz, trigo y caña de azúcar, además de que se pobló pronto de ganado vacuno (llegaron hasta 9,000 las reses) y equino (varios cientos de ellos). Más aún, se fue extendiendo poco a poco, invadiendo, por compra o ‘a la mala’ otros terrenos, de tal manera que pudo la Hacienda arrendar tierras a 30 familias de españoles llegadas a la región. Tales arrendamientos, a bajo costo (de 5 a 10 pesos anuales), supuso ganancias extras para Don Victorino y sostenimiento para aquellas familias y varios trabajadores más.

 

“Los límites de esta Hacienda eran los siguientes: ‘…por el oriente con la Hacienda de San Antonio, por el poniente con la de Cojuymatlán y pueblo de Sahuallo; por el norte con el pueblo de Guarachita y Hacienda del Platanal y por el sur con los pueblos de Jaripo, Totolán y Jiquilpan’.

“La Hacienda de Cojumatlán contaba con siguientes límites: ’…por el oriente con la Hacienda de Guaracha, por el poniente con el Río de la Pasión y Portillo de Santa Columna; por el norte con el pueblo y Valle de Mazamitla; por el sur con el pueblo de Cojumatlán y Laguna de Chapala’.

“La Hacienda de San Antonio: ’por el oriente con tierras de Santiago y Valle de Chavinda; por el poniente con las de San Juan Guaracha; por el norte con las del Platanal y por el sur con las de los pueblos de Jaripo, San Ángel y Tarecuato’.

“La Hacienda de El Platanal: ‘Por el oriente con la de San Antonio Cuesta Colorada; por el poniente con el pueblo de San Pedro Caro y Tierras de Vallejo; por el norte con el pueblo de Pajacuarán y por el sur con la Hacienda de San Juan Guaracha’.

“La Hacienda de La Mula: ‘por el oriente con tierras del Puesto del Muerto, por el poniente con las de Cuesta Colorada, por el norte con las de San Simón y por el sur con la de los ríos’.

“El Rancho de El Rincón del Mezquite: ‘por el oriente, poniente y norte con la Hacienda de San Simón y por el sur con la Hacienda de Las Cruces’.

 

(Continuará)

Rate this article: 
No votes yet

Viewing all articles
Browse latest Browse all 588

Trending Articles